La diferente percepción de la seguridad
Las mujeres y los hombres se relacionan con el entorno y con las personas de manera diferenciada, lo cual provoca un impacto en la percepción de la seguridad. Hay que tener en cuenta que las mujeres de manera continuada sufren una serie de conductas que no siempre están tipificadas al Código penal como delito. Estas “ofensas cotidianas” a menudo son difícilmente denunciables y a pesar de que la normativa administrativa sí permitiría sancionar algunos comportamientos, otros muchos quedan fuera de lo que han previsto las leyes, por lo tanto, su detección y su abordaje es difícil, especialmente si se busca solo una respuesta punitiva en vez de tratarlo desde la sensibilización, el civismo y el respeto.
Las experiencias vividas personalmente, las vivencias compartidas por amigas, compañeras o familiares o hechos conocidos a través de la prensa o redes sociales, pueden poner algunas mujeres en alerta o hacerlas sentir miedo ante situaciones que quizás para otra persona no serían consideradas peligrosas o motivo de incomodidad o preocupación (por ejemplo, una joven vuelve sola a casa de madrugada andando y tiene que pasar por el medio de un grupo de hombres que están bebiendo en la calle y ocupando toda la acera).
El impacto en la vida de las mujeres de su percepción de (in)seguridad es importante y las estrategias de autoprotección que desarrollan ante el miedo – ya sea a sufrir un delito o simplemente a ser “molestadas” - limitan su libertad y suponen un obstáculo para su participación en la vida social y profesional: elegir o no una vestimenta concreta, escoger un medio de transporte u otro, decidir no ir a un acontecimiento según donde se celebre o la hora de finalización, pedir que las acompañen hasta casa, rehusar un trabajo por ubicación u horarios...
Aplicar metodologías de investigación para conocer las percepciones de inseguridad y las estrategias de autoprotección o defensa que desarrollan las mujeres permitirá responder con las medidas de prevención adecuadas. A pesar de que a menudo se afirma que la percepción de (in)seguridad no se puede mesurar, la información sobre el sentimiento de seguridad de la población, puede objetivarse de manera clara en muchos casos: cuando la ciudadanía afirma (o se constata externamente) que hay espacios y horarios en que no lleva a cabo ciertas actividades a causa de su percepción de inseguridad en ellos, la situación se objetiva sustancialmente (Guillan, 2020).
Por lo tanto, uno de los elementos claves que tendrían que caracterizar las políticas de seguridad con perspectiva de género es admitir la importancia del componente subjetivo de la seguridad – objectivable tal y como hemos manifestado- e identificar las diferentes vivencias según el género. Igualmente hay que tener en cuenta otras diferencias como la edad, la discapacidad, o la condición migratoria (Naredo, 2010).
En conclusión, la incorporación de la perspectiva de género en la seguridad requiere tomar como punto de partida la complejidad del fenómeno, de forma que se integren: las diferentes fuentes de inseguridad, tanto las que se producen a la esfera pública como la privada; las relaciones de opresión no delictivas pero que potencian el sentimiento de inseguridad y refuerzan las estrategias de autoprotección de las mujeres; y el elemento subjetivo que genera sentimientos de inseguridad diferenciados en mujeres y hombres (Naredo, 2010).